Nos cuenta Homero en
“Al frotar con sus manos notole esta mella la anciana,
la reconoció con el tacto y soltó, conmovida la pierna que,
cayendo de golpe en la tina y sonando en el bronce,
la volcó hacia delante, vertiendo el agua en la tierra.
La alegría y el dolor la asaltaron a un tiempo,
sus ojos se llenaron de llanto y la voz murió en su garganta.
Mas a Ulises, al cabo, lo cogió del mentón y le dijo:
“Eres tú, Ulises, mi niño querido y no supe conocerte
yo misma hasta haber palpado tu carne,
¡tú, mi dueño!...”
De nuevo Julián Assange a través de Wikileaks revela al mundo en 391.000 documentos lo que ya se venía gritando desde las diversas partes del planeta por parte de masacrados: que nuestros gobiernos son asesinos, los de USA, los franceses, los ingleses, los españoles…, que sus guerras son violación y rapiña antes y ahora, que nuestros políticos, nuestros jueces, nuestros militares y policías son un atajo de criminales. Que hablan de paz pero negocian y se lucran con la venta de armas y las guerras, que firman acuerdos de humanidad y hermandad para disimular sus bajezas, sus manos de sangre y crímenes, que bajo su apariencia de dignatarios esconden podredumbre e indignidad. Cínica es su respuesta: tapar la boca al mensajero de la verdad y del lamento; el asesino institucional no permite la mirada que deteriore su imagen; la revelación de los torturadores del mundo pone en peligro la seguridad del Estado, que resulta ser guarida de terroristas y centro de tortura e indignidad.
Y fueron soldados norteamericanos los que torturaron en Abu Ghraib y en otras prisiones. Sólo desde el apoyo ciego a la misión estadounidense en Iraq o desde una actitud acrítica cabe alegar que el ejército norteamericano simplemente ignoró y encubrió las torturas llevadas a cabo por su subcontratista local: el ejército iraquí. También el encubrimiento de un crimen constituye una ofensa. Desde años el gobierno estadounidense, desde las instancias más altas, practica de modo habitual la tortura, personajes como Donald Rumsfeld, Richard Cheney y George W. Bush y sus súbditos europeos portan sangre de tortura en sus manos. Resulta ridículo que Manfred Nowak, relator de
Hay historias fuera, en el desierto, en la jungla, en el campo y la ciudad que le sangran a uno, que denigran al que hace y al que padece, que hieren y generan deseos de muerte y venganza. Pero hoy quiero hablar de aquí, de cerca, del torturador de nuestra calle, del vecino, del periodista que es delator en Afganistán y colaborador verdugo en Euskal Herria, de los jueces que reciben medallas por sentar y condenar en sus sentencias a criminales de lejos y, sin embargo, son colaboradores de la tortura y verdugos en su casa y en su tierra. Hoy quiero hablar del político al que votas, que se pasea por la televisión y reparte recetas de hipocresía y baba. ¿Por qué se condena a Pinochet y no a Aznar, a Rajoy, a González o Zapatero? ¿Por qué se loa a Martín Villa, se abraza la ministra Trinidad Jiménez con el criminal galoso Barrionuevo y se condena a quien porta la foto de un preso político encarcelado, acusado de pertenecer a ETA? ¿Por qué principio de decencia es portavoz Rubalcaba del gobierno si antes lo fue del gobierno galoso del PSOE de Felipe González? ¿Y por qué principio de humanidad es ministro de Presidencia el Sr. Jaúregi cuando bajo sus órdenes los GAL, vestidos de guardiacivil, asolaron nuestras tierras y practicaron crímenes horrendos?
Nuestro gobierno rige con sangre en las manos, practica la tortura en sus comisarías de España y se mofa de los torturados.
Somos muchos los que hemos reconocido sin tapujos al verdugo del PSOE, del PP, del PNV... en las cicatrices, violaciones, en los huesos calcinados en cal viva de Lasa y Zabala, en la violación de derechos humanos en detenciones, interrogatorios y cárceles, en la ejecución en comisarías de Arregi, Zabalza…, en los rostros deformados de Unai Romano, en las violaciones de mujeres y hombres en nuestros días en manos de guardiasciviles, policías y ertzainas; como la anciana Euríclea en la cara de los torturados hemos reconocido la voz y la mano del torturador y verdugo camuflado de ministro, de periodista, de forense, de juez, de medio de comunicación, de funcionario…, de cobarde miserable. Para ellos nuestro escupitajo y desprecio.
La imagen de Unai Romano Igartua al entrar en prisión en agosto de 2001 se ha convertido en un símbolo de la tortura. No sólo habla su imagen, también el parte médico de cicatrices: «Traumatismo craneoencefálico en parietales y occipital superior. Hematomas subgaleales pericraneales. Contractura cervical con movilidad limitada en un 50% y cervicalgia. Hematomas en ambas órbitas oculares con derrame sanguíneo subconjuntival en los ángulos externos. Edema generalizado lesiones en el rostro. Quemazón y escara necrótica en cuero cabelludo. Contusión evolucionada en la región frontal. Cambios cromáticos en cara y cuello»[ii].
Sin embargo, en los tribunales españoles no hubo condena para sus torturadores, la versión oficial siguió y sigue siendo aquella de que el joven se dio un golpe.
Y en esa cicatriz de torturado recuerdo ahora con amargura y sonrojo la frase de Bertolt Brecht, que días atrás nos recordaba en Gara Fermín Gongeta: “Muchos jueces son absolutamente incorruptibles, nadie puede inducirles a hacer justicia». Me refiero a Fernando Grande-Marlaska y tantos otros, que en audiencias nacionales y tribunales vienen colaborando desde tiempo con los torturadores de nuestro pueblo.
Tiene razón Erich Fried: “Mejor hubiera sido que gentes como éstas no hubieran nacido”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario