El 5 de septiembre de 2009 escribió Alfonso Ussia en el periódico La Razón, perteneciente a la derecha facha y católica más cutre que existe: “… los documentos gráficos que poseo de manifestaciones batasunas son repugnantes. Tías vociferantes, feas, espesas y con los surcos de la perversidad en sus expresiones homínidas. Un espanto de mujeres, en una palabra. Coños de vitriolo y de cianuro. Morsas. Un disgusto para Sabino Arana, que tanto gustaba de la belleza de la raza vasca. Disgusto que aliviaría disfrutando de la armonía y el paisaje humano de Arantza Quiroga, que es del Partido Popular. Pero me voy por las ramas, lo cual es compresible, porque estoy escribiendo de primates”.
En un momento -cuenta Homero en la Odisea- la ninfa Calipso mira a los ojos de Ulises y le espeta en la isla de Ogigia:
“¿De verdad tienes prisa en partir al país de tus padres
y volver a tu casa? Márchate, pues, en buena hora.
[…] conmigo aquí te quedarías, guardando esta casa,
y serías inmortal. Aunque estés deseando ver a tu esposa,
a la que añoras tú siempre, por día tras día”[i].
Nos cuenta Bernardo Souvirón En Hijos de Homero que éste es el momento en el que Ulises ha de elegir entre ser un dios o ser un humano. Elige ser un humano, y su regreso al hogar es recompensa a la fidelidad de su mujer, Penélope.
Responde Ulises a Calipso:
“No me lo tomes a mal, diosa excelsa, que yo muy bien sé
cuánto por debajo de ti está la muy discreta Penélope […]
pues ella es mortal y tú sin vejez, inmortal.
Mas todo cuanto yo deseo, lo que me llena de ansia día tras día
es volver a mi casa y ver el día del regreso”.
El modelo de mujer, que se nos inculca y graba a fuego durante siglos a partir de la Grecia micénica y en contra de la cultura cretense es: fidelidad, sumisión y discreción por parte de la mujer a cambio del amor total del marido. Eso sí, la fidelidad del varón no incluye la fidelidad sexual que, en el caso del hombre, no sólo se tolera fuera del matrimonio, sino que, incluso, se fomenta como una “virtud” típicamente masculina. De modo que tras tomar Ulises la decisión de regresar no tiene ningún inconveniente en marcharse a la cama con Calipso y gozar del amor con ella durante una última noche. Es la Penélope de la Odisea y la cultura reinante.
El patrón femenino representado por Penélope, transmitido y fijado para siempre por la Odisea, es un modelo vigente miles de años después. Hoy, las mujeres, algunas mujeres, comienzan a desafiarlo. Pero ¡ay de la mujer que ose desafiar el modelo Penélope, el modelo impuesto por los hombres, que se erija en Antígona, que esté dispuesta a desafiar la ley escrita del tirano para, así, respetar la ley no escrita, la ley natural en su vida…!
Nuestros días están plagados de asesinatos y violaciones de mujeres: en casa, en la calle, en las guerras… ¡La maté porque era mía!
“Hemos nacido mujeres y no podemos luchar contra los hombres. Nos mandan aquellos que tienen más poder y hay que obedecer en esto y en cosas más dolorosas que esto. Yo obedeceré”, sostiene Ismene, acatando el modelo sumiso[ii].
Antígona actúa en nombre de leyes no escritas, patrimonio del ser humano desde siempre, concepción natural, no cultural, de las cosas. Su hermana Ismene encarna el papel de mujer discreta, resignada, que acepta su condición inferior al hombre. Es la esencia patriarcal de nuestra sociedad indoeuropea, basada en la guerra. La guerra, el guerrero, la fuerza, el hombre… es la base de esta concepción. También en nuestros días la guerra y sus adalides conlleva la sumisión y violación de la mujer.
El modelo de mujer transmitido por los mitos ha tenido fortuna y ha perdurado a lo largo de más de tres mil años. Días atrás nos recordaba en Rebelión Nicole Thibon en El juego machista una ristra larga de escritores carpetovetónicos babosos: Jiménez Losantos, Juan Soler, Antonio Burgos, Eduardo García Serrano, Juan Bosco Martín Algarra, Francisco Javier Léon de la Riva, Fernando Sánchez Dragó, Alfonso Ussía, Arturo Pérez-Reverte, David Gistau, Juan Manuel de Prada… espumajean con frecuencia frases misóginas: Ella tiene “cara de película porno”. “Ha engordado” y “está admirablemente culonzuela, respingona”. Es “una de las cuatro españolas que más me ponen”; “tampoco me importaría jugar un rato con la otra (me conformaría con lo que su apellido sugiere)”. “Una chica preparadísima, hábil, discreta, que va a repartir condones a diestro y siniestro por donde quiera que vaya y que va a ser la alegría de la huerta”. “Cada vez que la [sic] veo la cara y esos morritos pienso lo mismo, pero no lo voy a contar aquí”. “A mis hijos tú no los vas a educar, y menos en cuestiones de pitología. Porque lo que tú piensas sobre el sexo me da asco. ¿Te enteras de una maldita vez? Asco. Me da, y nos da (a miles de españoles), un asco gigantesco”. “Es la feminazi perfecta”. Un “Batallón de Modistillas Ministeriales”. “Aceptamos a la del bombo como animal de compañía”. “Modistilla de la Igualdad”… “Guarra, puerca, zorra repugnante, que fabrica degenerados”. “Unas focas desechos de tienta que pasan junto a nosotros vestidas con pantalón pirata, lorzas al aire y camiseta sudada”. “Se nos cruza una rubia de buena cara y mejor figura, vestida de negro y con zapatos de tacón, que camina arqueando las piernas, toc, toc, con tan poca gracia que es como para, piadosamente –¿acaso no se mata a los caballos?–, abatirla de un escopetazo”. “Para abastecer su gabinete de tías, Zapatero ha buscado debajo de las piedras”. “Como no haya ganado algún torneo de peteneras…”. “Que la nombre triministra de Igualdad, Sanidad y Brujería”.
El reflejo de Penélope perdura hoy y, por desgracia, tiene sus representantes en el ámbito político, parlamentario, en el social y también en el cultural.
La dignidad humana reclama revisión y rechazo.
Mikel Arizaleta,
[ii] Antígona de Sófocles
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