martes, 15 de marzo de 2011

Lemoiz





Juan Luis Olaran Sustatxa de Lemoiz ha escrito “El contubernio nuclear, Lemoiz[i]: “Un mal día todo cambió. ¡Nos hicieron famosos! Una Central Nuclear desembarcó en el pueblo, sin pedir permiso, sin escrúpulos. Con razones de peso, más de tres mil toneladas de acero y doscientos mil metros cúbicos de hormigón armado. Razones de muchísimo peso, tendréis tanto dinero que no podréis ni contarlo, repitieron por todos los lados. La Central se hizo y nunca funcionó. Ahí sigue todavía hoy su esqueleto, un gigantesco monumento a la estupidez humana, a la indecencia empresarial y política”.

Recoge el libro que las obras de la central nuclear de Lemoiz se desarrollaron en dos periodos políticos diferentes y dos ayuntamientos distintos, con un comportamiento diametralmente opuesto. De 1972 a 1979, bajo la dictadura y con ayuntamientos franquistas que aceptaban la central, y de 1979 y 1982 –año de la paralización definitiva de las obras- con consistorios elegidos en las urnas y contrarios al proyecto nuclear.

El comportamiento de la prensa del régimen franquista fue de silencio cómplice. Sólo esporádicamente aparecía alguna información o artículo sobre la energía nuclear, pero siempre en tono laudatorio, con artículos periodísticos en los que Iberduero y sus lacayos exponían las excelencias de sus proyectos, títulos como “Iberduero disipa los temores sobre los efectos radiactivos” encabezaban sus ditirambos. Dos destacan en su apostolado: Miguel Barandiarán, ingeniero jefe del Departamento Técnico, y Pedro Areitio, presidente de Iberduero.

En Euskal Herria todos los partidos con responsabilidad de gobierno estaban a favor de la energía nuclear. Sabían poco del tema pero su apuesta por ella fue inmensa. El rechazo unánime venía de un amplio sector social, de los partidos de la oposición, la mayoría de izquierda y extraparlamentarios, y de los sindicatos. Y en Lemoiz se logró el objetivo: La paralización de la central nuclear. “¿Nuclear? ¡No, gracias!”, fue el eslogan más popular y coreado.  ¿Quién no recuerda aquella enorme manifestación por las calles de Bilbao reclamando su paralización aquel 27 de abril de 1979?

Todos los acuerdos municipales tomados, denegando licencias o exigiendo la paralización de las obras, fueron anulados por instancias superiores. Se incurrió en multitud de irregularidades por parte de las más altas instituciones del Estado, comenzando por la Diputación de Bizkaia y el Gobierno civil. Estaban volcados en la construcción de la central nuclear de Lemoiz a costa de lo que fuera, incluso de ir contra la ley. Estaba decidido que si fuera necesario, el proyecto siguiera adelante incluso por la fuerza de las armas, incorporando al ejército en la vigilancia y custodia de la central.

El golpe definitivo contra la central lo dio ETA el 5 de mayo en el barrio bilbaino de Begoña. El nuevo director de la central, en sustitución de Ryan, Ángel Pascual Múgica, recibió un disparo en la cabeza, que le causó la muerte instantánea. Cinco días después de este atentado los técnicos abandonaron sus puestos de trabajo.

Los abanderados de la empresa eléctrica Iberduero en su proyecto de central nuclear en Bizkaia fueron la Diputación y el Gobierno civil, además de la Administración de Justicia y del Gobierno español, en suma, las más altas instancias del Estado.

El 28 de marzo de 1979, en Harrisburg (EEUU), sufrió un grave accidente la central nuclear de Three Mile Island, se produjo una importante fuga de radiactividad a la atmósfera. Ocurrió un siniestro considerado imposible por los poderes públicos y técnicos. Fue un serio aviso.

El 26 de abril de 1986, 7 años después, ocurrió el de Chernobil, mucho más grave. La cantidad de material tóxico liberado fue unas 500 veces superior al de la bomba atómica lanzada en Hiroshima en 1945. Chernobil provocó alarma internacional.

El accidente nuclear más grave registrado en el Estado español ocurrió en la central de Vandellós I (Tarragona) el 19 de octubre de 1989. Se cerró la central.

El 11 de marzo del 2011 un terremoto, que devastó una parte de la larga costa japonesa, ha provocado graves daños en las vasijas de contención de los reactores de la central nuclear de Fukushima.

La alarma de un desastre nuclear crece en torno a la central, afectada en cuatro de sus seis reactores. En un perímetro de 30 kilómetros alrededor de la central no se puede salir de casa y se ha establecido una zona de exclusión aérea. La alerta llega a Tokio porque el viento podría arrastrar las partículas. El Gobierno reconoce que podría haber grietas en la vasija del reactor 2. La agencia nuclear japonesa pide ayuda a la ONU y EE UU.

La radiación en los alrededores de la central ha llegado a sobrepasar diez mil veces los límites legales. La situación ha generado una gran preocupación en el país; los locutores de televisión repiten mensajes destinados a los habitantes más próximos a la central: "Cierren las ventanas, no utilicen sistemas de ventilación y tiendan la ropa en casa". Unas 200.000 dosis de yodo (que ayudan a proteger la glándula tiroides de los efectos de la radiación) se han repartido ya entre la población.

No vale esconder la cabeza bajo el ala ni cantar las excelencias de la energía nuclear minimizando los posibles efectos o rebajando las posibles consecuencias. Ni podemos dejar en manos de un pequeño grupo de interesados la vida de nuestras gentes  y de nuestro planeta. Estos días se hace necesario y es hermoso  recordar de nuevo la lucha prieta de un pueblo, el vasco, en contra de intereses bastardos, que un día de la mano de partidos, Diputaciones y Gobiernos, contrarios a las gentes, quisieron imponernos una central nuclear, voceada por unos medios de comunicación sumisos y con el poder, si fuera necesario, de las armas.

Releer el libro de Juan Luis Olaran, El contubernio nuclear, Lemoiz, aporta luz y claridad también en esta tragedia como la provocada por un terremoto en suelo, esta vez, japonés.

Mikel Arizaleta


[i] Juan Luis Olaran, El contubernio nuclear, Lemoiz, edit. Arabera, 2010

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