Dada la importancia que adquirió la actividad comercial y las limitaciones de superficie para poderse implantar, por comodidad, como todos los mercados tradicionales en una única planta baja, tuvo que desarrollarse en vertical. El edificio consta de tres plantas, una semisótano ventilada e iluminada por una sucesión de ventanas, algo menores que en el proyecto; una primera planta más elevada del nivel de la calle a la que se accede por una escalera de doble sentido y que por continuidad permite llegar a la segunda planta de gran altura totalmente diáfana, afortunada reminiscencia espacial de los mercados tradicionales.
Este paraje fluvial, antes plaza, rectangular levemente curvilíneo y estrecho, el lado interior, el de los soportales, tiene 185 metros de longitud, el de la ría 210, y los perpendiculares el de San Antón 65 de anchura y el opuesto 24, condicionó que el nuevo edificio, algo más ancho que el anterior, tuviese un emplazamiento muy forzado, entre la calzada y el cauce. Acaparando por su parte trasera abusivamente el terreno hasta el mismo borde del muelle con una distribución volumétrica alargada en tres alineaciones paralelas de anchuras decrecientes en el sentido de la corriente fluvial; es decir la parte más ancha del mercado se sitúa junto a la iglesia de San Antón. Esta disposición respecto del cauce, su accesibilidad sólo desde el lado de la calle y una cierta consideración de zona de almacén y desconsideración hacia su percepción desde la otra orilla crean una notable desigualdad entre sus fachadas principales.
Construido en hormigón armado formalmente es un volumen predominantemente alargado, 134 metros entre sus extremos, repartido entre dos alas, una a cada lado, con un cuerpo central de mayor altura y 31 metros de fondo monumentalizando el edificio donde se sitúa la gran escalera principal de acceso, rematado por una elevación a modo de linterna sobresaliente octogonal con abundancia de huecos para iluminación y ventilación como recurso funcional y compositivo de las tradicionales galerías y mercados, cualidades muy apreciables en estas construcciones.
Sendos torreones en los cuatros vértices de este núcleo central enmarcan el inicio de cada ala, de expresión mucho más ligera con elementos acristalados y cierres metálicos a modo de verja para la ventilación que finalizan en otros torreones idénticos en los extremos del edificio.
En ambos de nuevo posee unos cuerpos más rotundos sobresalientes en los que se entregan las dos rotondas que rematan lateralmente el edificio a modo de exedras contribuyendo a disuadir la asimetría de la planta, y el próximo a San Antón establece una relación más fácil y amable con el templo. Este recurso compositivo es una de las cualidades más sobresalientes del edificio al permitir que su alargada fachada finalice en ambos extremos con formas conciliadoras de modo que recorriendo todo su frente se tiene la agradable percepción de un edificio compuesto simétricamente ya que finaliza de la misma forma que se inicia. Estos volúmenes están notablemente ornamentados contribuyendo a la expresividad del edificio que contrasta con la sencillez y austeridad de su interior.
El mercado fue concebido por Ispizua con una lógica racionalidad que se manifiesta en su construcción, concepto estructural y espacialidad, por lo que podría decirse que es de un estilo próximo al racionalismo aunque con connotaciones eclécticas consecuencia de sus gestos decorativos mezcla de un lenguaje Beaux Arts y otros de influencia Art Decó.
Las obras se iniciaron el 15 de abril de 1928 y justo un año después se inauguró la pescadería y sus dependencias anexas situadas en la planta semisótano donde incluso existía una sala de subastas de pescado con graderíos para el público, posteriormente para bacalao y congelados. La planta primera se dedicó a carnes, caza, aves, charcutería, quesos y la superior a hortalizas, frutas frescas, frutos secos y también a administración, inspección y dependencias auxiliares. Incorporaba todas las ventajas e innovaciones técnicas existentes como cámaras frigoríficas para la conservación de los productos.
Fue inaugurado el 22 de agosto de 1929 con asistencia del Jefe de Gobierno el General Primo de Rivera quien admirado por la obra quiso fotografiarse con Ispizua. Durante muchos años ha sido además de una referencia de buena arquitectura, un acreditado lugar para aprovisionamiento de todo tipo de alimentos de calidad y el tradicional centro de abastecimiento para mayoristas hasta 1971 y posteriormente se redujo a mercado de barrio pero con un gran arraigo.
Como consecuencia de los daños sufridos por las lluvias torrenciales de 1983 un año después se realizaron importantes obras de reconstrucción y rehabilitación de acuerdo al proyecto original a cargo del arquitecto municipal Martín Peña Páramo.
El edificio por su emplazamiento y dimensiones es de imposible visión frontal completa lo que origina lecturas que distorsionan su calidad arquitectónica y compositiva. La anchura del cauce en este lugar es de 45 metros entre muelles por lo que su fachada fluvial, la trasera, contundente, alta, alargada más compleja y de menor interés debido a las sucesivas reformas por necesidades funcionales tiene una cierta incidencia contemplativa en la orilla opuesta que desde hace tiempo merecería un tratamiento adecuado.
Su considerable volumetría hizo perder definitivamente el concepto de plaza al histórico espacio para convertirse en una calle de 18 metros en su inicio con el vértice de la Iglesia de San Antón, un leve ensanchamiento hasta 21 m. y una continuidad entre las fachadas del frente porticado y el mercado de 15 m. Es un tramo muy transitado como uno de los tradicionales accesos a Bilbao paralelos a la ría, a Zazpi Kaleak así como de personas por la propia actividad del mercado y el paso desde Bilbo Zaharra por y hacia los puentes de San Antón y La Ribera..
La discutible implantación del tranvía a lo largo de la Ribera en diciembre de 2002 circulando adyacente a los pórticos de la antigua plaza, además de un grave peligro para el numeroso tránsito de personas en un lugar de mucho trajín, supuso una serie de servidumbres como la implantación de postes para sostener la catenaria, paradas y elementos de señalización convirtiendo la calle en un agobiante sendero motorizado.
A esta desafortunada situación debe añadirse que el frente arquitectónico de las cuatro manzanas porticadas, ya descritas anteriormente, que formaban el lado mayor de la plaza presenta un aspecto algo más que deplorable. Entre sus arcos mutilando el tradicional ritmo alternativo entre los elemento construidos, machones y vacíos, están repletos de elementos degradantes: dos kioscos de venta de lotería, dos contenedores, cuatro papeleras, dos buzones, una cabina de teléfono la máquina de venta de billetes de tranvía y lateralmente los arcos mutilados por el rótulo de la parada. Las fachadas de los edificios alterados en su tipología de balcones y miradores, con bajantes de PVC en deficiente estado y la cornisa que evidentemente tiene su propio rango arquitectónico, además del habitual desorden de cables, soportan absurdamente los focos para iluminar la iglesia y el mercado.
Siendo el frente arquitectónico históricamente más simbólico y quizá importante de la Villa es a su vez un lugar muy degradado que devalúa el paisaje urbano de este legendario espacio público hasta convertirlo en una estampa lamentable.
Desde hace ya un tiempo se conoce el decidido empeño del Ayuntamiento de derribar el mercado, para luego reconstruirlo parecido y parcialmente. Por todo ello aquí finaliza este cuarto y último artículo sobre tan significativo lugar de la villa. Bilbao, un lugar: plaza y mercado.
Iñaki Uriarte
Arquitecto
A esta desafortunada situación debe añadirse que el frente arquitectónico de las cuatro manzanas porticadas, ya descritas anteriormente, que formaban el lado mayor de la plaza presenta un aspecto algo más que deplorable. Entre sus arcos mutilando el tradicional ritmo alternativo entre los elemento construidos, machones y vacíos, están repletos de elementos degradantes: dos kioscos de venta de lotería, dos contenedores, cuatro papeleras, dos buzones, una cabina de teléfono la máquina de venta de billetes de tranvía y lateralmente los arcos mutilados por el rótulo de la parada. Las fachadas de los edificios alterados en su tipología de balcones y miradores, con bajantes de PVC en deficiente estado y la cornisa que evidentemente tiene su propio rango arquitectónico, además del habitual desorden de cables, soportan absurdamente los focos para iluminar la iglesia y el mercado.
Siendo el frente arquitectónico históricamente más simbólico y quizá importante de la Villa es a su vez un lugar muy degradado que devalúa el paisaje urbano de este legendario espacio público hasta convertirlo en una estampa lamentable.
Desde hace ya un tiempo se conoce el decidido empeño del Ayuntamiento de derribar el mercado, para luego reconstruirlo parecido y parcialmente. Por todo ello aquí finaliza este cuarto y último artículo sobre tan significativo lugar de la villa. Bilbao, un lugar: plaza y mercado.
Iñaki Uriarte
Arquitecto
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