viernes, 10 de diciembre de 2010

Un fin de semana cualquiera...

JOSE MARI ESPARZA ZABALEGI / Editor - Un viernes cualquiera sale de Gasteiz un autobús repleto. Las mujeres, mayoría experimentada, organizan todo. Son madres, hermanas, compañeras, hijas de presos, todas igual de afanosas, sonrientes y camaradas. Por delante, 2.500 kilómetros. Soporífica película infantil, sólo para los muetes, eslabón más débil del viaje. Una chica cobra el billete: 100 euros, más las comidas, gastos, ayuda al preso... Un jornal para el viajero esporádico, una extorsión cruel para las familias habituales. Mascullando maldiciones, intento dormir. - Parada en Sevilla, de donde algunos parten hacia Huelva y Algeciras. Continuamos hasta llegar a un bar, enclave entre las tres cárceles de Puerto, que llaman “El Cepo”. Desmadejado y adolorido, uno no está para bromas. Dicen que el dueño del Cepo se porta bien, pero que para contrarrestar las críticas sobre el negocio que hace a costa de los etarras, ha exacerbado su españolidad, con bandera rojigualda en un hasta, en el pecho de los camareros, en los sobres de azúcar... Una foto de Iturgaiz (¿qué pintará aquí?) preside el bar. La gente se recompone del desmadeje del viaje y las mujeres, una vez totañadas, lucen bien hermosas para sus bienamados. - Puerto de Santa María: lugar con mayor número de cárceles per cápita de Europa. Cerca, la base militar de Rota completa el paisaje de alambradas y esa degradación estética indica cierta degradación moral del pueblo que la soporta. Por eso es tierra abundosa de señoritos, policías, cofradías y macarenas, a las que no paran de pedir perdón por sus pecados. El único mérito de Puerto para ser un presidio es su distancia de Euskal Herria, esto es, agrandar el daño a los familiares. Si pudieran, los enviarían, como en el siglo XIX, a presidios de La Habana o Cartagena de Indias. La maldad parece algo genético en la clase política española que, facha o progre, sigue enferma de Inquisición, de tics imperiales, de subdesarrollo democrático. - Se comunica por teléfono, a través de cristales blindados, pero te obligan a desprenderte hasta del chicle. Alguien demanda que le dejen pasar las gafas, “para verlo de cerca”. Otro pide pasar papel y lápiz para apuntar los recados. No. Sólo la memoria. Las carceleras son mujeres, como la Directora General de Prisiones: qué triste que la emancipación haya deparado también en esto. Nos conducen por patios internos hacia los locutorios. La Mercedes Gallizo y su equipo progre gustan de pintar y adornar esos aledaños del terror con cuadros, murales y patéticos maceteros. En la prisión de Arbolote, esos patios de cemento, rejas y espinos tienen nombre: “Plaza de Antonio Lara”, “Plaza de la Constitución Española”... Pienso en lo poco que tienen que amar a Antonio Lara y a España. Y deduzco que no hay en el mundo nadie más preso que un carcelero. - A la entrada de las cárceles suelen colocar el artículo 25.2 de la Constitución Española: “Las penas privativas de libertad y las medidas de seguridad estarán orientadas hacia la reeducación y reinserción social (...) En todo caso tendrá derecho a un trabajo remunerado y a los beneficios correspondientes de la Seguridad social, así como el acceso a la cultura y al desarrollo integral de su personalidad”. Quizás por eso les tienen aislados, solos la mayor parte del día, les alargan las condenas, les dejan un máximo de dos libros, les traban los estudios, y procuran que los hermanos o los matrimonios presos estén a miles de kilómetros de distancia uno del otro. Es la doble, la cínica moral española. - Como siempre, nos acompañan otros grupos tribales: gitanos, parias, emigrantes... A ellos les tratan todavía con menor respeto. Me gustaría creer que el día que ya no haya apellidos vascos en las cárceles, y que ya no coincidamos con esta gente junto a los muros, sigamos luchando por ellos, víctimas de la pobreza y la marginación. Porque las cárceles no sirven ni para los tarados que las inventan. - 2.500 kilómetros para hablar cuarenta minutos. Nueva norma: te encierran en el locutorio como un preso más, para que no puedas saludar al resto. Por fin, en la cabina de enfrente, Germán Rubenach. Sonrisa intacta y rostro cruzado, del tiro que le atravesó la cabeza, hace ya dos décadas, en la Foz de Lumbier. Recordamos las palabras del Ministro del Interior, Corcuera, acusándole de intentar suicidarse después de haber matado a sus dos compañeros, Susana y Jon. Si en el juicio quedó probado que Germán no lo hizo, ¿quién fue entonces, si allí sólo estaba la Guardia Civil? Sin duda, los mismos que le acusaron, pero eso nunca se juzgó. Los culpables están en la calle mientras Germán lleva 20 años cumplidos y ahora diez más de propina, con la cruel “Doctrina Parot”. Como el de Rubenach, ¿cuántos despropósitos esconden las cárceles? Para España, el agravio comparativo es la ley. - Entre los presos ha corrido la noticia: hoy David Gramont va conocer a su hijo Ilai, concebido entre rejas. Todos han puesto un escote para hacer un regalo al afortunado padre. La vida y la esperanza se abren paso, incluso a través de barrotes. - Entre los familiares hay inquietud: a partir de hoy sólo les permiten ir a los locutorios de dos en dos, lo que hace que, amén de retrasar el regreso, no haya tiempo y pongan otros días de visita, impidiendo los viajes colectivos. Hay otros incómodos: en una cárcel no se han dejado cachear y no han tenido vis a vis, sólo locutorio; en otra han preferido los cacheos a cambio de poder abrazar a los suyos. Para unos la visita ha dejado sabor dulce, para otros amargo. ¿Qué hacer? Me veo a la Gallizo, la maoísta, en su despacho, urdiendo mezquindades, inventando más barreras, impidiendo abrazos... Y me pregunto qué pócima bebió en la Transición tanto gallito rojo, para devenir en cuervos carroñeros. - En la espera, discutimos: todas estas medidas de mentes enfermizas, destinadas a putear cada día un poco más a presos y familiares, ¿se han acentuado estos meses como respuesta rubalcabiana al proceso democrático? Hay quienes opinan que no, que la maquinaria carcelaria española es así, progresivamente perversa, tercamente cruel, atrapada como está de sus inercias atávicas. Quizá sea las dos cosas. - Otra vez de noche, desandamos kilómetros. La rabia que genera tanta prepotencia se queda chiquita ante el amor que se desprende del autobús. Miro a los muetes futuro, a sus madres coraje, a los viejos orgullosos... Otra semana más. Un capítulo épico de la historia vasca se está redactando en esos autobuses, en esas celdas aisladas, en esos tribunales de opereta burda, en esas comisarías encapuchadas. Y de todo ello se está levantando acta. El que sufre tiene memoria, dijo Cicerón. Y algún día, más pronto que tarde, muchos tendrán que dar cuenta de lo que hicieron y muchos más, de lo que callaron.

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