Lamentable la muerte de un preso cubano declarado en huelga de hambre en exigencia de que se le dotara de teléfono y cocina en su celda, y que pone de manifiesto las carencias de Cuba no sólo en políticas penitenciarias sino, también, en materia de derechos humanos.
A diferencia de otras democracias americanas en las que son comunes y constantes los motines, las matanzas en luchas internas, los suicidios de presos, las muertes de detenidos por desatención médica, por desnutrición, por tortura, en Cuba hay que remontarse más de 50 años para encontrar un antecedente al del Orlando Herrera.
Y el subdesarrollo que denota Cuba en materia penitenciaria, igualmente delata su infeliz atraso con respecto a los derechos humanos.
Sigue siendo inconcebible que tras de 50 años de revolución no haya podido el gobierno de ese país tomar nota y ejemplo de las democracias que lo rodean y de algunas otras europeas que lo censuran, para instaurar las políticas humanitarias que se le proponen.
No obstante la férrea represión que se denuncia, Cuba no ha sido capaz de protagonizar en su medio siglo de historia revolucionaria una sola matanza popular que la distinga. Todavía no ha podido emular matanzas como la de Tathelolco, en México, donde el ejército de ese país licenció a un millar de estudiantes, o la de Chiapas, donde fueron sometidos a mórbida obediencia decenas de ignorantes indígenas. Tampoco ha sabido llevar a efecto civilistas matanzas como las protagonizadas por policías brasileños en la favela carioca de Vigario Geral donde se exterminó a 21 pobladores en 1993 y a 400 garimpeiros en la selva amazónica en 1987. Ni siquiera ha podido desarrollar una discreta matanza de estudiantes como la que ejecutaran soldados estadounidenses en el Canal de Panamá reprimiendo los insensatos reclamos de soberanía para la zona, apenas un ensayo del eficaz bombardeo sobre el barrio Los Chorritos en el que murieron 3 mil panameños cuando, años más tarde, invadieron ese país, o protagonizar matanzas populares como las de Abril del 84 en República Dominicana, con cientos de ciudadanas defunciones a manos del benemérito ejército local en apenas unos días de labor, o los varios "caracazos" y "bogotazos" que recoge la historia americana.
Cincuenta años de revolución y todavía Cuba no ha podido reeditar un "Cerro Maravillas puertorriqueño, o poner en funcionamiento modélicos campos de concentración como el que tienen los estadounidenses en Guantánamo, o en sus otras cárceles clandestinas repartidas por el mundo.
Cuba sigue sin saber implementar como acostumbran en la democrática Colombia su ejército y sus paramilitares, que vienen a ser lo mismo, fosas comunes en las que enterrar a miles de campesinos, y sepultar en cal viva o desaparecer a los disidentes, al estilo de la democracia española.
Tampoco dispone Cuba de la eficacia interrogadora de los estadounidenses puesta de manifiesto en Iraq o Afganistán, además de carecer de modernos métodos interrogatorios como los conocidos por “la bolsa”, la picana, los golpes a discreción, las violaciones, y demás prácticas policiales que, en cualquier caso, los jueces se ocuparán de negar y los medios de comunicación ignorarán, dado que la denuncia de la tortura, como es sabido, sólo responde a una estrategia disidente.
Para corregir tan histórico retraso y siempre pensando en democratizar su sociedad, Cuba debe proceder de inmediato a neutralizar, como en Guatemala, a cuatro monjas y un obispo cada cierto tiempo, o a incendiar alguna que otra embajada que dé asilo a disidentes; a corregir, así sea en plena eucaristía, emulando los ejemplos salvadoreños, a un cardenal y a cinco jesuitas de vez en cuando; a jubilar a los miles de sindicalistas que en Colombia ha convertido ese oficio en la principal causa de muerte entre los trabajadores; a retirar de la circulación a los opositores más recalcitrantes con la discreción y la impunidad, por ejemplo, con que lo hace el actual gobierno hondureño; a disparar contra periodistas con la precisión y el alcance de los marines en todas partes, o a reprimir en la calle con la contundencia debida cualquier popular manifestación, tal y como apreciamos en las irreprochables democracias americanas y europeas.
Cuba debe neutralizar también a pérfidos estudiantes y cómplices profesores como en la democracia peruana y a eliminar a peligrosos comunicadores como estableciera la democracia argentina en las personas de Bonino y Cabezas, el mismo gobierno peruano en los Andes de ese país, el estado mexicano y colombiano a cada rato, o como ocurriera en República Dominicana con Orlando Martínez, Goyito y Narcisazo.
Cuba debe aprender a reventar a opositores al régimen, como hiciera la democrática policía de Pinochet y la propia CIA nos ilustrara con el asesinato de Letelier y de su secretaria estadounidense a un par de cuadras de la mismísima Casa Blanca. Cuba debe aprender a desaparecer no sólo las quejas de los inconformes disidentes sino también los disidentes, considerando las sabias experiencias de las democracias militares de Argentina, Chile y Uruguay y sus operaciones Cóndor, que en el mar nunca van a descubrirse fosas comunes inconvenientes; a seguir neutralizando a algún que otro Colosio opositor, al igual que en México, y a proceder a nutridas matanzas de negros, como en la democracia estadounidense en los años sesenta o, más recientemente, en Los Angeles, luego de los desórdenes ocurridos tras el democrático apaleamiento de un supuesto ciudadano negro.
Y para mejor iniciar estas reformas, Cuba debe proceder a volar por los aires algún que otro avión de pasajeros, tal y como hicieran milicianos anticastristas y agentes de la CIA como Posada Carriles y Orlando Bosch.
Ni siquiera ha sido Cuba capaz, a pesar del tiempo transcurrido, de aprender a cometer errores como el que recientemente reconocía la CIA al mandar derribar un avión cargado de misioneros estadounidenses a los que confundieron con narcotraficantes, o a los tantos y tan sangrientos errores que en sus guerras humanitarias implementan las fuerzas de paz de la OTAN y los Estados Unidos en los países que ocupan.
Y no son éstos los únicos cambios que Cuba debe afrontar.
En materia de educación debe proceder inmediatamente a una masiva campaña de animalización que devuelva al pueblo cubano a la feliz ignorancia en que vivía antes de la llegada de la revolución; debe erradicar de las escuelas costumbres tan obscenas y perniciosas como la del desayuno escolar, sustituyendo la leche y el pan por la inhalación de cemento y gasolina; debe estimular en sus estudiantes conductas civilistas y democráticas como las que se dan en los Estados Unidos, para que sus colegiales de primaria y kinder logren protagonizar matanzas escolares dignas de encomio. Semejante atraso podría contrarrestarse sometiendo a sus estudiantes a permanentes exposiciones de cine y televisión genuinamente "americanas" que sustituyan los caducos y trasnochados principios de la educación cubana por los competitivos y cristianos valores de la estadounidense.
También debe Cuba establecer el masivo cierre de escuelas e institutos para que pueda su infancia deambular desnuda y descalza por las calles del país, recogiendo botellas, prostituyéndose y ejerciendo otras sanas actividades comerciales y mercantiles que le ayuden a comprender las características de la sociedad a la que Cuba tiene la necesidad de parecerse.
Ocasionalmente, como ocurre en otras democracias latinoamericanas a las que Cuba debe abrirse, tal y como pidiera su santidad Pablo VI, debe procederse a una ordenada y meticulosa neutralización de los excedentes infantiles en las calles del país, para lo que la policía cubana debiera asesorarse por expertos mandos policiales de Colombia, Guatemala, El Salvador y Brasil.
En relación a la salud Cuba debe suprimir su ineficaz sistema de hospitales públicos y laboratorios, estableciendo modernos consultorios de curanderos. En los centros médicos que no puedan transformarse todavía, se impondrá el cobro compulsivo, como previa garantía al internamiento del paciente, incluidas las urgencias. Quienes no estén en condiciones de afrontar los pagos siempre podrán ser reenviados democráticamente a la democrática calle. En los centros de maternidad, como ocurre en otras democracias vecinas, cada cama será ocupada por dos y tres parturientas para que puedan compartir tan hermosa experiencia, ayudarse en el conteo de las dilataciones y pujar juntas. La injusta distribución de vástagos será sustituida por la permuta de bebés y los secuestros de recién nacidos, tal y como ocurre en países vecinos. De manera inmediata Cuba debe igualmente proceder al cierre del Hospital Pediátrico de Tarará, a 20 kilómetros de La Habana, donde el Estado cubano ha venido atendiendo, absolutamente gratis, a 25.000 niños y niñas de Chernobil y otros países del tercer mundo, para poder dedicar ese despilfarro a la inversión en Bolsa. Por la misma razón debe ser cerrada la Universidad Internacional de Medicina, donde miles de estudiantes latinoamericanos sin recursos estudian esa carrera, para dedicar esos bienes y terrenos a la construcción de campos de golf.
En materia de deporte Cuba debe prohibir definitivamente costumbres tan insanas y repugnantes como correr, saltar y otras impudicias semejantes, así como proceder a cerrar estadios y canchas deportivas para inaugurar en su lugar casinos, hipódromos, galleras, canódromos, bancas de apuestas y loterías, caraquitas, rifas diplomáticas y otras lúdicas recreaciones.
En el campo de la cultura Cuba debe cerrar todas las absurdas escuelas de cine, de teatro, de danza y de otras denigrantes actividades para la condición humana, fomentando en su lugar los combos y estimulando otras delicias musicales contemporáneas que ensalcen virtuosos bailes, tan del agrado de los turistas, como "el perrito", "el pollito", "el pingüino", "el maco‑penpén" y el "pónmelo ahí que te lo voy a partir". También deberán promoverse espectáculos como los "wte t‑shirt" y toda clase de desnudos, por supuesto, artísticos.
En el área de la vivienda Cuba debe esmerarse en la construcción de modernos condominios al estilo de las democracias próximas y que, en su honor, se llamarán La Ciénaga, El Hoyo de Chulín, Vietnam, Camboya, La Puya, Los Cartones y La Cucaracha, todos dotados de sus correspondientes aguas negras y aromáticas pestilencias.
En relación al trabajo Cuba debe diversificar sus políticas de empleo para mejor encarar la presente crisis con nuevos oficios y profesiones como: limpiavidrios, buceadores, chiriperos, billeteros, botelleros, vendeperros, quinieleros y otros oficios semejantes.
De igual forma, los anacrónicos monumentos al Ché, Máximo Gómez o Martí, deben ser sustituidos por monumentales faros en homenaje al noble corsario Drake, y estatuas a empresarios como Capone o a santidades como Escrivá de Balaguer.
Lástima que Cuba, no obstante el clamor de los medios de comunicación del mundo libre porque se convierta en otra democracia como las descritas, se empeña en seguir siendo diferente.
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